En
una revista electrónica
de arquitectura -
Architecture Magazine - encontré éste aleccionador texto
del arquitecto
Español Antonio
Codersh, escrito
en 1960,
cuya vigencia y validez
se mantienen y
no solo
es aplicable
a los
arquitectos; si
no a todas los
demás profesionales;
al resaltar
que la
importancia del
trabajo no
está ligada
a la
magnitud de
la obra
a realizar, sino
en el profesionalismo con
el que
se haga, el
amor al
oficio y el
servicio social que
se presta
con ello;
que la genialidad como bien
lo definió
Tomas Alva
Edisson, luego de mas
de 1000 ensayos para llegar al
invento de
la bombilla eléctrica,
al serle preguntado sobre
su invento, afirmaba
que "la
genialidad es
97% sudor
y solo
un 3% de intuición";
conclusión, que
la invención,
o la
creación es
fundamentalmente: teoría
y experimentación con
mucha pero
muchas prácticas y
solo una
mínima chispa
de intuición
o genialidad;
reflexión muy
válida hoy
en un
mundo que
además de
perder el
rumbo ha perdido
los valores
morales, donde
el afán del
enriquecimiento fácil
y el
asenso rápido hacen
carrera; por ello vienen
justos éstos
párrafos escogidos
de Codersh
que cito textualmente.
Abro comillas:
"Un viejo y
famoso arquitecto
Norteamericano le decía a otro mucho más joven que le
pedía consejo:"Abre bien los ojos, mira, es mucho más
sencillo de lo que imaginas." También le decía: "Detrás de cada
edificio que ves hay un hombre que no ves" .
Un hombre; no decía siquiera: un arquitecto.
No, no creo que sean genios lo
que necesitamos ahora. Creo
que los genios
son acontecimientos, no metas o fines. Tampoco creo que necesitemos pontífices
de la arquitectura ni grandes doctrinarios,
ni profetas, siempre dudosos.
Algo de tradición viva está todavía a nuestro alcance, y muchas viejas
doctrinas morales en relación con nosotros mismos y con nuestro oficio o
profesión de arquitectos (y empleo estos términos en su mejor sentido
tradicional). Necesitamos aprovechar lo poco que de tradición
constructiva y, sobre todo, moral ha quedado en esta época en que las más
hermosas palabras han perdido prácticamente su real y verdadera
significación.
Necesitamos que miles y miles
de arquitectos que andan por
el mundo piensen menos en Arquitectura (en mayúscula), en dinero o en las
ciudades del año 2000, y más en su oficio de arquitecto. Que trabajen
con una cuerda atada al pie, para que no puedan ir demasiado lejos de la
tierra en la que tienen raíces, y de los hombres que mejor conocen,
siempre apoyándose en una base firme de dedicación, de buena voluntad y
de honradez (honor).
Tengo el convencimiento de que
cualquier arquitecto de nuestros días, medianamente dotado, preparado o formado, si puede entender esto también
puede fácilmente realizar una obra verdaderamente viva. Esto es para
mí lo más importante, mucho más que cualquier otra consideración
o finalidad, sólo en apariencia de orden superior.
... Al dinero, al éxito, al
exceso de propiedad o de ganancias, a la ligereza, la prisa, la falta de
vida espiritual o de conciencia hay que enfrentar la dedicación, el
oficio, la buena voluntad, el tiempo, el pan de cada día y, sobre todo,
el amor, que es aceptación y entrega, no
posesión y dominio. A esto hay que aferrarse.
...Se considera que cultura o
formación arquitectónica es ver, enseñar o conocer más o menos
profundamente las realizaciones, los signos exteriores de riqueza
espiritual de los grandes maestros. Se aplican a nuestro oficio los mismos
procedimientos de clasificación que se
emplean (signos exteriores de riqueza económica) en nuestra
sociedad capitalista. Luego nos lamentamos que ya no hay grandes
arquitectos menores de sesenta años, de que la mayoría de los
arquitectos son malos, de que las nuevas urbanizaciones resultan
inhumanas casi sin excepción en todo el mundo, de que se destrozan
nuestras viejas ciudades y se construyen casas y pueblos como decorados de
cine a lo largo de nuestras hermosas costas mediterráneas.
Con los grandes maestros de
nuestra época pasa prácticamente lo mismo. Se admiran sus obras, o mejor
dicho, las formas de sus obras y nada más, sin profundizar para buscar en
ellas lo que tienen dentro, lo más valioso, que es precisamente lo que
está a nuestro alcance. Claro está que esto supone aceptar nuestro
propio techo o límite, y esto no se hace así porque casi todos los
arquitectos quieren ganar mucho dinero o ser Le Corbusier; y esto el mismo
año en que acaban sus estudios. Hay aquí un arquitecto, recién salido
de la Escuela, que ha publicado ya una especie de manifiesto impreso en
papel valioso después de haber diseñado una silla, si podemos llamarla
así.
... Antiguamente el arquitecto
tenía firmes puntos de apoyo. Existían muchas cosas que no eran
aceptadas por la mayoría como buenas o, en todo caso, como inevitables, y
la organización de la
sociedad, tanto en sus problemas sociales como económicos, religiosos,
políticos, etc., evolucionaba lentamente. Existía,
por otra parte, más dedicación, menos orgullo y una tradición
viva en la que apoyarse. Con todos sus defectos, las clases elevadas tenían
un concepto más claro de su misión,
y rara vez se equivocaban en la elección de los arquitectos de valía;
así, la cultura espiritual se propagaba naturalmente. Las pequeñas
ciudades crecían como plantas, en formas diferentes, pero con
lentitud y colmándose de vida colectiva. Rara vez existía ligereza,
improvisación o irresponsabilidad. Se realizaban obras de todas clases
que tenían un valor humano que se
da hoy muy excepcionalmente...." .
Por ello
para terminar,
definitivamente no
necesitamos genios,
sino gente,
arquitectos comprometidos
como tales
y como
personas a trabajar
por el
bienestar de
la comunidad
antes que
en su propia fama
y enriquecimiento
personal, eso
vendrá por
añadidura, lo
demás es
simple comercio
del oficio.
Ibagué, Junio 4
de 1999
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